La mujer en la Colonia, Resistencia indígena
En los años del maduro sistema colonial (fines del siglo XVIII y primera década del siglo XIX), al norte de la capital del virreinato del Río de la Plata, escuchamos los ecos de las voces de mujeres indígenas en distintos, variados y numerosos documentos históricos: testamentos, codicilios e inventarios de bienes; libros de colecturía de cofradías y de fiestas religiosas; testimonies, acusaciones, alegatos y sentencias en juicios civiles y criminales; contratos de compra y venta; retasas tributarias; correspondencia particular de hacendados; registros parroquiales de bautismo, pedimentos, matrimonios y defunciones; etc.
No es extraño que así sea, pues, de las ciudades del Tucumán Colonial, San Salvador de Jujuy es la que mayor cantidad de población indígena tiene hacia finales del periodo colonial. Esta situación tiene mucho que ver con el hecho de que el distrito presentara cierta estabilidad relativa en su población indígena durante todo el proceso de desestructuración sociodemográfica que vivió el territorio al sur de Charcas durante los siglos XVI y XVII. Esto fue demostrado por Lorandi y su equipo de trabajo al analizar y explicar la conquista del Tucumán y la práctica de las desnaturalizaciones, el servicio personal y el desarraigo de las poblaciones indígenas (1997). Como ejemplo de este proceso, Jujuy cuenta en 1596 con tres mil tributarios, y La Rioja (el mayor distrito demográfico para ese momento), con veinte mil. En 1607, en Jujuy se registran 490 <<indios de servicio>>, mientras que en La Rioja, cuatro mil. Para 1673 las cosas cambian: Jujuy registra 1.555 indios <<encomendados>>, y La Rioja ha descendido su número a 1.381. Finalmente, en 1719 Jujuy supera ampliamente la relación demográfica, ya que se cuentan 606 tributarios, y en La Rioja, apenas 159 (Rubio Durán 1999: 45-49). A fines del siglo XVIII, y de acuerdo con los datos del censo de 1778-1779, la distribución demográfica de la población indígena en la región confirma la primacía del distrito jujeño respecto a los demás: Jujuy cuenta con el 70 por ciento de población indígena; Salta, con el 34 por ciento; Tucumán, con el 28 por ciento; Santiago del Estero con el 13 por ciento; Catamarca, con el 2 por ciento (Gil Montero 1999: 64).
Es lógico imaginar que una parte importante de esta población que vive la conquista y la imposición de la estructura de dominación colonial está conformada por mujeres, tal como lo muestra una retasa de tributarios, de 1791, de siete curatos del distrito jujeño:2 <<seis mil setecientas ochenta y siete personas, tres mil quinientos diez y siete hombres, y tres mil doscientas setenta mujeres, sin incluirse en este número cinquenta y siete Indios ausentes: los trece reservados, veinte próximos, veinte y quatro niños y ciento una mujeres; las cinquenta y cinco casadas, treinta y cinco solteras, cinco viudas y seis niñas [ ]>> [ sic ].3
Sin embargo, los ecos de las voces de estas numerosas mujeres son silenciosos. Las fuentes históricas nos hablan de una manera doblemente muda: por un lado, no hay registros de voces de mujeres indígenas; por otro lado, la documentación de la cual provienen los ecos constituyen referencias a la mujer, confeccionadas de manera alterna: los testamentos y codicilios son mayoritariamente elaborados por escribanos; los inventarios de bienes son hechos por los alcaldes ordinarios o de hermandad; los libros de colecturías son llevados por letrados curas, secretarios o mayordomos escribientes; y en los juicios criminales y civiles solo escuchamos la honestidad judicial del letrado que transcribe un testimonio femenino que, además, llega a veces de parte de un intérprete siempre varón. Todas voces de ecos silenciosos.
Comentarios
Publicar un comentario