: La inmigración de los siglos XlX y XX.

 La consolidación en Europa del capitalismo industrial, durante el siglo XIX, -lo cual redundó en inéditos procesos de urbanización- propició el aumento de la demanda alimenticia, al tiempo que la modernización de la agricultura, por su lentitud, fue un proceso que no pudo responder a este condicionante. A esto se sumó un acelerado crecimiento demográfico que duplicó, y más, la población europea en el transcurso de un siglo: de 187 millones en 1800, llegó a 401 millones en 1900.

Fueron dos los países que enviaron migrantes a América Latina, en una oleada migratoria que duró 50 años, entre 1880 y 1930, y que decreció considerablemente con la crisis económica a nivel mundial de los años treinta. Estos fueron Italia y España, que a la sazón eran los menos desarrollados del Viejo Continente.

No obstante, las razones que justifican los altos índices migratorios en las zonas del Mediterráneo son más complejas. En el caso de Italia, la depresión económica generalizada se agravó con la caída de la industria nacional del cereal, consecuencia de la importación de cereal barato, lo que ocasionó una crisis “especialmente severa entre 1885 y 1895”. En España, en cambio, condicionantes legales como la supresión de mayores requisitos para la emigración, estimularon la salida de miles de peninsulares, procedentes, en su mayoría, de las áreas más impactadas por la crisis: Galicia y las Islas Canarias. El periodo de mayor salida de los españoles a las Américas fue 1912-1913.

En un cuadro que muestra el aumento de la inmigración europea a América Latina, entre 1851 y 1924, observamos que Argentina es el país que recibió a un mayor número de personas (46%), seguido de Brasil (33%), Cuba (14%), Uruguay (4%), México (3%) y Chile (1.2%). En el resto de países –entre los que se incluye Ecuador- el índice es inferior al 1%.

La información estadística anterior no impide vislumbrar el impacto que generó la inmigración europea en nuestro país. Basta revisar las publicaciones comerciales o los periódicos de inicios del siglo XX, para comprender que el arribo de italianos y españoles, pero también alemanes, franceses y europeos del este, fue progresivo, sin detenerse hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918), cuando hubo un bajón que, sin embargo, volvió a repuntar en la posguerra, hasta 1930, cuando finalmente decreció.

Esta gran oleada migratoria no fue posible, sin la favorable recepción que tuvieron los europeos en el continente americano. Aquí, son importantes dos consideraciones, de tipo económico y sociocultural: en lo económico, la posibilidad de mejorar el nivel de vida fue lo que motivó el viaje masivo de europeos a América.

Como dice el historiador Magnus Mörner, el principal mecanismo para atraerlos fue “la expansión del mercado europeo para sus productos en América Latina”. Es decir, ellos pudieron satisfacer la creciente demanda de importación de artículos europeos, incorporándose al mercado laboral como fuerza de trabajo especializada, lo que aseguró su permanencia en el nuevo mundo.

En lo sociocultural, la benévola percepción y representación que tenían los americanos de los europeos, como gente progresista, “culta” y productiva, contribuyó a que sean bien recibidos por las clases acomodadas. A esto se suma la matriz racista de la sociedad americana, que amparaba discursos relacionados con la idea de “mejorar la raza”, entre la población mestiza. Son famosos los proyectos darwinistas de mejoramiento racial que emprendieron los estados latinoamericanos, en el siglo XIX, para atraer a potenciales “sementales” europeos a nuestros países.

Como era de esperarse, la mayoría de esta población inmigrante estaba conformada por hombres; es decir, mano de obra especializada para actividades económicas relacionadas con la tecnología o para favorecer el desarrollo del comercio de importación.

En Ecuador, hacia 1900, las ciudades que recibían el mayor número de inmigrantes europeos eran Guayaquil y Quito. Sobre todo le correspondió al puerto, acoger a la mayoría de europeos –especialmente italianos y españoles- que llegaban en busca de nuevos horizontes, en un país que auspiciaba su presencia, como resultado de políticas estatales tendientes a favorecer las ideas de “orden” y “progreso”, principales divisas ideológicas de la modernidad occidental.



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